Las palabras son símbolos. Estos expresan las ideas de la mente individual. La cual se alimenta de experiencias pasadas, creencias, historias, miedos, traumas e información proveniente del medio familiar, escolar, religioso y social. Todo este pasado le da un matiz personal a cada mensaje que se desea transmitir.
Esta amalgama de fragmentos de
información, cargados de emotividad y significado personal, son los insumos de
la comunicación. Tanto el que emite como el que recibe el mensaje, tiene su
propio universo mental.
Así, cada individuo es como una
burbuja con su propio mundo. A este puente quebradizo en ambas orillas le
llamamos comunicación. Es el origen de las diferencias, los ataques y los
enfrentamientos. Y la imposibilidad de hermandad y paz.
Para lograr una comunicación que
unifique fronteras, se hace necesario vaciar la mente del contenido personal y de esta forma dar cabida a la otredad. Una mente donde el juicio no
fragmente y separe. En una vacuidad que lo contiene todo.
Un estado de pura presencia, en
el que es posible renovar la información.
Y el pasado deja de ser el protagonista del juicio. El ruido interior se acalla y las interferencias cesan.
Entonces la sabiduría emerge y sus efectos edifican e integran. La comunicación fluye como agua en el río.
Entonces la sabiduría emerge y sus efectos edifican e integran. La comunicación fluye como agua en el río.
El emisor, el
receptor y el objeto de comunicación se unifican. A esto los maestros de la antigua
India lo llamaron Samhita.
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