Hace unos
cuatro meses el maestro y director de teatro Enrique Vargas, de origen
colombiano residente en España, abrió su taller de dramaturgia y los sentidos
con el siguiente acertijo que los budistas suelen llamar koan:
El sabio no es
el que sabe de las cosas, sino el que deja que las cosas le hablen.
Como todo
koan, nunca pretende dar la respuesta a su significado. Este queda en la mente
del discípulo para provocar un despertar de conciencia. Y sin que la prisa
tomara su mando, en estos días llegó a mí la respuesta. Es una comprensión que
se siente como un descubrimiento y es poco probable de abarcar con las
palabras.
Sin embargo quiero
compartir esta experiencia con un tinte mágico, pero real.
Estando en
casa de una amiga, ella contó con angustia el estrés y sufrimiento de su hijo debido a las exigencias de su profesor de
curso. Ella se ha valido de infinidad de recursos para que el colegio escuche
su sugerencia del cambio de maestro. Pero no ha obtenido respuesta. Y aunque
ella ha contemplado la posibilidad de cambio de institución, nos enumeró la
infinidad de motivos para persistir en que su hijo continúe estudiando allí.
Como una
corazonada sentí la necesidad de hacer una representación de la situación, a través
de objetos para poder aclarar la confusión de mi amiga y encontrar una
respuesta a su situación. Le dije que buscara y trajera un objeto cualquiera que
represente el colegio y se trajo un tablero de ajedrez que puso en el piso.
Luego, un objeto que represente a su hijo y trajo un pequeño vitral en forma de
una cometa. Ahora, trae un elemento para otro posible colegio y encontró un
instrumento musical como un laúd antiguo muy preciado por ella. Finalmente
trajo un gorro de lana tibetano para representarse ella misma.
Los cuatro
objetos comenzaron a develar su propio significado. Una vez puestos en contexto
narraban la historia en cuestión. El tablero cuadriculado con reglas de juego preestablecidas,
y sin fichas para dar la partida al juego, se mostraba frío y estéril. En
cambio el instrumento musical se presentaba listo para ser estudiado y explorado,
de formas redondeadas, amables, casi maternales. Mientras que ella,
representada por el gorro de lana, era la protección de la cabeza de su hijo. Y
su hijo, la cometa ávida de volar pero frágil y vulnerable.
Una vez
analizamos cada elemento y los conjugamos, ella pone la cometa sobre el laúd
creando una imagen armónica y con sentido lúdico y juguetón. Fue cuando le
dije, muy bien ahora ya sabes la respuesta. Pero las señales no pararon ahí. En
la mañana siguiente mi amiga me llama y me cuenta que luego de despedirnos se
pone a ver una película basada en el musical clásico de Walt Disney llamado Mary Poppins, estrenado en 1964.
Se trata de la
mujer que escribe la historia en la que se inspira la película. Es una mujer rígida
que no quiere que su creación sea convertida en un musical. Disney espera 20
años para que ella otorgue los derechos de autor y poderla convertir en un gran
film. Cuando esto sucede ella se transforma en un ser mas dulce y flexible. Es
cuando hay una escena donde ella danza feliz con una cometa.
De inmediato mi
amiga encuentra correspondencias entre elementos y significados analizados unas
horas antes. La rigidez, la espera, el miedo al cambio, los regalos que trae la
flexibilidad, la música. Pero sobre todo la imagen de la mujer que danza con la
comenta, igual a la del laúd y el pequeño vitral que fue la última composición
de objetos que mi amiga dejó en el piso como expresión del resultado armonioso
de la situación.
Los Toltecas mexicanos
llaman a este acto de dejar que los objetos hablen, el libro de la vida. Ellos
insisten en decir que toda respuesta está siempre en nuestro alrededor más
inmediato. Y son los objetos los que nos proveen esas respuestas.
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