En toda
relación que establecemos, sea esta pasajera o duradera hay una oportunidad
para autoconocernos.
Cuando nos
acercamos a un otro, este puede generarnos paz o todo lo contrario,
perturbación. No importa el color o el matiz del mal estar, se ha despertado
una emoción o un sentimiento. Es justo este el regalo que esa persona nos
provee. Pues con sus actos o palabras nos recuerda que hay una herida abierta en
alguna parte de nuestra historia personal.
Este efecto
inconsciente de incomodidad, se llama resonancia. Que quiere decir esto?. Es
parecido a tener una herida en la piel, que cuidamos para no
lastimar, sencillamente porque le tememos al dolor que un simple roce
llegaría a causar.
Pero a
pesar de la mesurada protección, se convierte en el sitio más prominente a ser
lastimado accidentalmente. Justo ese lugar vulnerable es el blanco de la palmadita
de saludo, o del paquete que se le cae a alguien, o el mueble en el que se tropieza por accidente.
Es como si esa herida tuviera un imán para atraer todo lo que pueda lastimarla.
Nada
diferente ocurre con las heridas emocionales. Por esa razón, vamos al encuentro
de relaciones que nos “hacen” lo mismo
siempre, aunque cambiemos de lugar y personas. Entonces creemos que somos de
malas o incorrectos para merecer siempre lo mismo, o que son los otros los
culpables.
Pero si
fueranos mas realistas, cada relación es solo un personaje que representa el
guion escrito por el propio inconsciente, en su recorrido por la historia
personal.
En otras
palabras somos solo victimas de nosotros mismos. Si somos conscientes de que una
experiencia es solo un efecto. Entonces podemos voltearnos a mirar con profunda
compasión a ese ser que reclama amor, yo.
Ese acto
generoso consigo mismo permitirá ver con gratitud y amor al ofensor. Ahora se
ha cruzado un puente, que nos lleva del dolor hacia el territorio de la paz.
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