Gracias a las relaciones tal y como las conocemos, son la oportunidad para emplear el perdón y sanarnos. Ellas son los espejos de nuestras heridas.
En realidad, las emociones que nos despiertan las personas por medio de la convivencia son una llamada de atención para escoger la paz interior, aunque el ego nos llena de razones para no aceptarla.
Bendigamos al hermano que Dios nos ha puesto en el camino para tomar conciencia, llámese este hija, hijo, pareja, padre, madre, jefe, etc. A quienes les proyectamos nuestros más profundos miedos y luego los señalamos de ser los culpables de cómo nos sentimos.
Cuando comenzamos a entender que las relaciones son para sanarnos, comienzan a convertirse en relaciones santas.
Al contrario, si nos aislamos, no podemos sanarnos. Y perdemos la oportunidad de saber quién realmente SOMOS.
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