LA FELICIDAD DE RESPIRAR
¿Creerías
que la forma en que respiramos puede contribuir a aumentar la felicidad?
Si,
pues desde la antigüedad diferentes disciplinas, maestros y escuelas de
conocimiento, así lo han afirmado.
Veamos
por qué:
Para
hacer una respiración profunda es necesario que la espalda esté erguida o en ángulo
de 90 grados con respecto a las piernas,
si se está sentado. Esta posición corporal permite la fluidez de la respiración.
Ambas, la correcta posición del cuerpo y la respiración consciente, amplia y
profunda, impactan de forma muy positiva en el bienestar de los órganos, el
cerebro y la psiquis.
Por
el contrario, cuando se tiene miedo o alguna manifestación de estrés, hay una
necesidad inconsciente de proteger el corazón y el plexo solar (lugar donde se
manifiestan la mayoría de las emociones), lo que hace que el cuerpo tome de
inmediato una postura curvada hacia delante, acortando la capacidad toráxica
para recibir una buena cantidad de oxigeno. Por esta razón la respiración se hace corta y superficial.
Al
entrar menos oxígeno al cuerpo se disminuye también para las neuronas del cerebro.
Esta merma entorpece la función mental del neocórtex que es el encargado de
buscar respuestas y alternativas coherentes a los problemas que se le plantean.
Sabemos
que hablar de oxigeno es hablar de vida. Cuando los órganos del cuerpo están
mal oxigenados por la mala respiración, se produce necrosis y mueren. Se reafirma
entonces cómo la enfermedad es el producto del estrés.
El
estrés persistente se produce como consecuencia de un pensamiento tipo túnel en
el que no se ve salida alguna. Este actúa
sobre el cuerpo encorvándolo, contrayendo los músculos y por ende disminuyendo la captación de oxígeno. Ante esto el inconsciente desea morir para
desaparecer. De esta forma se entra en un rueda sin fin.
Recuerdo
un cuento que enfatiza la importancia de la respiración, incluso para el
desarrollo espiritual.
Dice
la leyenda que un día un maestro iluminado bajó de su monasterio ubicado en las
altas cumbres de los Himalayas para escoger los discípulos que lo acompañarían
a recibir conocimiento profundo.
Los
aspirantes fueron enfilados para someterse a una última prueba realizada por el
mismo maestro, quien definiría los que ya estaban listos para comenzar su
entrenamiento espiritual. Para evaluarlos solo colocaba su dedo índice bajo la
fosa nasal del discípulo, y si este respiraba de forma natural, lenta y ampliamente,
pasaba la prueba.